¿Le preguntamos a R2-D2 que le parece que tenga que tributar por sus actividades? Suena de locos ¿verdad? Pues vayan haciéndose a la idea porque al pobre droide astromecánico le quedan pocos años de libertad fiscal, y es que cada día que pasa, la tecnología nos facilita la vida al mismo tiempo que nos la complica. Es una realidad el hecho de que la mecanización de las tareas en las cadenas de montaje, la implementación de cabinas inteligentes en las autopistas o el servicio de “caja rápida” en los supermercados están acabando con una cantidad razonable de empleos.
La pregunta del millón, ¿qué porcentaje de las actividades que llevamos a cabo diariamente pueden llegar a ser automatizadas? Los datos son lo suficientemente representativos como para alarmarse; y es que, según la OCDE, un 12 % de esas actividades diarias pueden ser automatizadas. Pero no seamos ingenuos y pensemos en futuro. Cada día la tecnología avanza y no es de extrañar que ese porcentaje mencionado anteriormente se haya duplicado. Puede incluso darse la posibilidad de que, la próxima vez que suba a un autobús público el chófer ya no sea Raúl, y tenga que dirigirse a Driver-3200, el nuevo piloto automático e inteligente de la empresa de transportes.
La automatización puede interpretarse desde dos puntos de vista. El primero, como una oportunidad para mejorar nuestras condiciones de vida en los puestos de trabajo y para conseguir acelerar y mejorar la precisión de ciertos trabajos. Además, la existencia de la robotización permitiría que estas máquinas llevaran a cabo los trabajos más perjudiciales para la salud. El segundo punto de vista es el que menos nos gusta, y es que la supresión de puestos de trabajo en favor de esta robotización es ya imparable. Las empresas automovilísticas y en general, todas aquellas empresas en donde la cadena de producción es imprescindible, fueron las primeras en introducir estas variaciones tecnológicas en sus centros.
Pero claro, ¿a menos trabajadores, menos impuestos? ¿a menos trabajadores, menos pensiones? ¿a más robots, mayor producción? ¿cuál es la equivalencia de toda esta modernización? Como he comentado previamente, es un hecho indiscutible la eliminación de empleos para personas.
La robotización consigue reducir costes, reducir tiempo de producción y reducir vacaciones y demás días no laborables. Por el contrario, los empresarios se ven obligados a formar personas para mantener esa maquinaria tecnológica a punto en todo momento. Es en este punto en el que creo que la formación se debe centrar y es que tenemos una oportunidad única de formación para el empleo directo.
Y es que estamos ante más preguntas que respuestas, por lo que vamos con una más, ¿cómo pretende hacer que los robots tributen? Plantearlo es muy sencillo; llevarlo a la práctica, algo más complicado. Por ello me centraré en la parte teórica. Las personas físicas con ingresos realizamos la liquidación del impuesto de la renta sobre las personas físicas (IRPF). Claro está que pagamos muchos más impuestos y tasas, pero ninguno que regule los rendimientos que obtenemos del trabajo y de las actividades análogas.
Los robots, más de lo mismo; creemos un impuesto al resultado robótico y mecanizado (IRRM) que obligue al titular de esas máquinas y robots a tributar por la producción y el resultado logrado. Hay que tener en cuenta que los ingresos por este impuesto serían bastante más elevados que los ingresos por el actual IRPF; pues las máquinas y robots son capaces de trabajar en más de un turno, aumentando así la producción en un 200 %.
Y es que ya lo decía Miguel de Unamuno, “el progreso consiste en renovarse”. Debemos de ser capaces de amoldarnos al presente no tan futuro que tenemos, mejorando la calidad del trabajo y permitiendo que este, siga siendo la suprema dignidad del hombre.